Fuego (Libre)

Había... Había estado caminando por los pasillos del Colegio Hogwarts. Mucho más acogedor que Durmstrang, y más grande. Estaba descalza, y podía sentir la fría piedra bajo mis pies. Oía, oía el suave arrastre de la seda de mi pijama en contraste con mi respiracion agitada. Pero estaba tranquila, solo era un poco de frío. Quizás... Quizás salir en pijama de las mazmorras fuera una mala idea. Arrastraba mis pies monótonamente, como si esto fuera cosa de todos los días. Y lo hacía todos los días, no aquí, si no en Durmstrang. Mi cabello se movía con el constante susurro de un viento inexistente. O al menos, que debería ser inexistente. ¿Que había que temer? ¿Un castigo? ¿Alguna criatura oscura? No, Hogwarts era un lugar demasiado seguro para eso. Y es demasiado tarde para que el celador, ese tal Filch, anduviera merodeando. Ese Squib no era nada contra mi. ¡Defensa contra las Artes Oscuras! En Durmstrang nos enseñaban las Artes Oscuras, por alguna razón debía de entrar en Slytherin. Slytherin, la casa de la que más magos oscuros habían salido. Ahora, había algo que no entendía. ¿Porque Oscuro? ¿Que pasaba con la Oscuridad? ¿Porque siempre la asociaban con el... mal? ¡Y la luz! ¿Que tenía de buena la luz? Era... molesta. ¿Porque todo era en tonos negros o blancos? ¿No podría existir un gris?

Siempre había sabido que Dumbledore estaba equivocado. Lo había sabido cuando me miró con esos ojos inundados en diversión, seriedad, e... una inteligencia ignorante. ¡El hombre era sabio! ¡Claro que lo era! Pero le habían hecho creer que solo habían tonos negros y blancos. En realidad, a todos les habían hecho creer. ¿Eres del bien o del mal? ¿No podríamos estar en el medio? Me estremecí. Tenía que encontrar un aula, y prender fuego, por lo menos para calentarme hasta que me fuera a la Sala Común. Di vuelta en un pasillo vacío y oscuro. ¡Eureka! Una puerta había aparecido ahí. Giré el pomo lentamente. Tenía mi varita en la mano, no iba a ser tan estúpida como para salir sin una varita. ¡Grandioso! Ahí estaban unos cómodos sillones, mullidos. Era una habitacion grande, espaciosa. Y ahí, frente a mi, estaba el bendito fuego. Caminaba hacia el con las manos extendidas, y su reflejo en mis ojos, hipnotizada. Acerqué una mano al fuego, pero me distrajo un profundo <<¡No!>> detrás de mi. ¿Porque demonios no había escuchado la puerta abrirse o los pasos tras de mi? Me giré rápidamente, y extendí mi varita, pero tan solo era un simple alumno más. Nada especial. Resoplé, y me senté en un sillón individual frente al fuego.

-Tú- Le dije- ¿Que haces aqui? ¿Me seguías?-

Tal vez era una paranoica. Si, tal vez lo fuera. Aunque no era mi culpa. Al ser la hija del Ministro de Magia de Alemania, no era la primera vez que intentaban matarme. Mi padre no era tonto. No era nada tonto, ya había descubierto varios núcleos mortífagos, y eso le había costado... varios intentos de asesinato. No, jamás lo lograban. Padre era astuto, y vivaz. No lo atraparían. Había mortifagos que solo nos amenzazaban. Cobardes. Aunque si, habían algunos que trataban. Acaricié la suave seda bajo mis manos, y sonreí. La hábitacion resultaba cálida, y tenía que reconocer que nuestras pijamas, la del chico y la mía, no eran apropiados para estar en los fríos pasillos. El chico tenía un pantalón, y una bata que casi no le cubría el toros. Volví a sonreír. Yo traía también un pantalón de pijama, y una camiseta de tirantes sobre mis hombros cubiertos con la bata de seda. Ahora, ¿Que si me molestaba su presencia? Si, un poco. Después de todo yo quería estar sola, pero ya que estaba aqui, no le obligaría a irse.

-¿Molestarme?- Hicé un gesto con la mano, para restarle importancia al hecho.- No me importa que te quedes, tu compañía será grata, querido compañero. Dime, ¿De que casa eres?-